en un bidón de cal viva
que habían dejado
en el patio del colegio
para encalar las paredes.
No sólo me sentí culpable
sino que me tomaron por tonto
y no se apiadaron de mí
hasta que comprobaron
que tenía el culo rojo
como un tomate reventón.
De camino a casa
aún temía que mi madre
me diera unos buenos azotes
por volver a hacer
otra de las mías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario